En marzo de 1990 Fidel Castro clausuró el V Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Lo había hecho antes muchas veces. Pero esa ocasión preludió un cambio de marca mayor. En su discurso reconoció que el país estaba a las puertas de una crisis: el Período Especial en tiempos de paz.
Hay algunas que dicen que estamos ya en período especial. No estamos en período especial, pero estamos casi casi en período especial. (…) Es algo que no deseamos, algo que esperamos que no ocurra, pero tenemos el deber elemental de elaborar todos nuestros planes en tales circunstancias. (…) debemos estar preparados para las peores circunstancias (…) El principio general —y no voy a dar más ideas— quiero que ustedes sepan que sería, cuando menos, que lo que tengamos lo repartimos entre todos.
Las mujeres reunidas allí aplaudieron. Después de tal anuncio, se agradecía la certeza de que habría una salida igualitaria y cooperada.
La crisis llegó a un país donde los niveles de pobreza eran bajos (6.6% a mediado de los 1980) y el índice de desigualdad (coeficiente de Gini) era de 0.24, de los más bajos de la región. La gestión de la crisis por parte del Estado cubano no produjo nada comparable a los ajustes neoliberales que, por otras razones, estaban viviendo países de la región alrededor de la misma fecha.
En Cuba también se amplió el ámbito del mercado y se racionalizó el aparato estatal, se intentó atraer capital externo y crear las condiciones para el uso interno del dólar y otras divisas. Pero no se privatizó ningún servicio público ni la estructura productiva. El Estado no perdió su rol de coordinación. No se subordinó el acceso al trabajo a la existencia de un mercado laboral competitivo. Se mantuvieron circuitos de amparo social (sistemas públicos universales de salud y educación, canasta básica, pensiones, etc.) y se intentó contener el ensanchamiento de desventajas y exclusiones.
Sin embargo, la crisis tuvo consecuencias sociales de gran alcance. Un análisis macrosocial revela que el índice de pobreza aumentó considerablemente. La última medición disponible, de inicios de los 2000, habla de una pobreza urbana del 20%.i Cuando se desciende en la escala hasta la dermis de las familias, se verifica un quiebre hondo, sin precedentes, peor que lo anunciado en aquel congreso de la FMC.
El Período Especial lo cambió todo.
Todos los hogares entraron a la crisis a la vez; pero no todos pudieron gestionarla del mismo modo, ni todos han salido de la crisis al mismo tiempo. Algunos aún están ahí, y así lo muestran los análisis sobre las desigualdades que crecen. Pero la crisis tuvo efectos diferenciados, también, al interior de las familias.
Las mujeres cubanas
En la apostilla de su discurso, el entonces presidente cubano llamó a conservar la elegancia y la belleza femeninas aún tiempos de austeridad.
Les iba a decir que cuidaran la ropa para el período especial; (…) con la ropa que ustedes tienen, bonita y elegante, a lo mejor tienen ropa para el período especial y no necesitan ni un metro de tela en dos años, tres, cuatro o cinco. Estoy seguro de que pasan cinco años en un período especial y nos reunimos, y ustedes vienen tan elegantes y tan bellas como han venido esta noche.
Durante el Período Especial, la belleza y la elegancia fueron cosa distinta a la indumentaria de ella aquella noche.
Los análisis sobre otros contextos muestran que las mujeres tienden a experimentar las consecuencias negativas de las crisis con mayor rapidez y beneficiarse más lentamente de la recuperación. Las crisis las afectan más a ellas en, al menos, dos sentidos: precarizando su inserción en el mercado laboral, y haciendo mayor y más difícil el trabajo doméstico y de cuidados –no remunerado– que ellas realizan.
En el caso cubano, las tasas de participación económica de las mujeres tuvieron solo un ligero descenso durante el Período Especial. Ese índice –que refiere al porciento de mujeres ocupadas respecto a las que están en edad laboral– era de 51.7 en 1990. En 2000 era de 48.9%. O sea, solo descendió un 3%, de modo que ellas continuaron siendo trabajadoras formales (oficialmente reconocidas como tales), aunque muchas veces cambiaron de ocupación o se movieron fuera del sector estatal.
A partir de 1995, con la reestructuración económica que amplió el sector no estatal de la economía, una parte de las mujeres se trasladó a los nuevos lugares laborales. Del total de mujeres ocupadas en 1989, un 89% trabajaba en el sector estatal; en 1997 eran un 8% menos. En el sector cooperativo y privado, por el contrario, aumentó su participación.
Los hombres se integraron más rápido y de forma más permanente al sector privado de la economía, que en Cuba ofrece mayores ingresos que el estatal. Hoy, del total de trabajadores privados, las mujeres representan alrededor del 32%. Aparentemente son menos sus posibilidades de movilidad y / o ingreso a ese espacio.
Las que permanecen en el sector estatal lo hacen en sectores peor remunerados. Según un análisis ofrecido por PostData, las mujeres tienen como promedio de salarios 722 CUP, frente a 824 CUP de los hombres. Legalmente, hombres y mujeres ganan lo mismo por el mismo trabajo. Entonces esa diferencia no responde a una laguna normativa. Hay más mujeres trabajando en los sectores menos remunerados.
Por otra parte, la crisis supuso para ellas un regreso a las actividades que socialmente les han sido atribuidas. Muchas se emplearon, de modo informal, como domésticas, en la elaboración y venta de alimentos, o en el cuidado de menores.
En relación con el trabajo doméstico no pagado, la situación es más aguda: conseguir alimentos y cocinarlos, cuidar a los hijos, lavar la ropa, planificar la comida, etcétera. Con la crisis y producto de la escasez, todas esas actividades comenzaron a demandar más tiempo y energía a las familias cubanas. Con la correspondiente sobrecarga femenina.
La eliminación o disminución progresiva de políticas sociales (como el contenido de la canasta básica, los comedores obreros), subsidios a productos y las llamadas “gratuidades indebidas”, incidieron en el aumento del trabajo doméstico no remunerado, principalmente realizado por mujeres. Los hogares se fueron convirtiendo, cada vez con más claridad, en los principales responsables del bienestar, y en sostén de la vida y la sociedad.
Durante el Período Especial, no había mayor éxito que asegurar un vaso de celerac sobre la mesa del desayuno familiar. La “elegancia” era la de ensayar, con escasos ingredientes, pociones que resultaban comida; abanicar a la prole en las largas horas de bochorno sin electricidad; o escabullirse como expertas en el “mercado negro” para asegurar un pedazo de lo-que-fuera para comer, y hacer que “rinda”, que dure, el mayor tiempo o para el mayor número de personas posibles.
Hacer que todo rinda pasó a ser el programa principal de los hogares. (Siempre me llamó la atención el uso de la palabra y su polisemia. Que algo “rinda” asegura que no nos rindamos. Hacer rendir algo para no rendirnos nosotras). Fueron ellas las que hicieron –y hacen– “rendir”.
Según una encuesta sobre uso del tiempo realizada en 2001 en cuatro zonas del país, las mujeres trabajaban un 10% más que los hombres si se contabilizaba el trabajo remunerado y no remunerado. Esa misma investigación arrojó que, por ejemplo, en la Habana Vieja, las mujeres dedicaban 24.85 horas semanales al trabajo no remunerado dentro de su hogar y en otros hogares. Los hombres, 7.7 horas. O sea, 17.15 horas semanales más sobre ellas. La brecha fue mayor para el resto de los territorios analizados.
La más reciente Encuesta Nacional que midió uso del tiempo, mostró que en 2016 las mujeres dedicaban 14 horas semanales más que los hombres al trabajo doméstico no remunerado. No ha cambiado el panorama.
Sumando, parece ser que las mujeres salieron de la crisis con más carga de trabajo que sus compañeros, con menos participación en los sectores laborales con mayores ingresos, y con más participación en sectores peor pagados. Y eso a pesar de su alta presencia en el Parlamento, en las universidades y centros de estudios.
Lo que viene
En abril de este año el ex presidente Raúl Castro anunció que “la situación podría agravarse en los próximos meses”. Cuba debe prepararse para afrontar una crisis económica y desabastecimiento derivados del incremento de la hostilidad estadounidense hacia la isla y a su aliada Venezuela, dijo el exgobernante. El escenario no fue el del Congreso de la FMC, sino la sesión del Parlamento donde se proclamó la nueva Constitución aprobada en referendo en febrero pasado.
En el mismo discurso aclaró que se han adoptado “un grupo de decisiones para encauzar el desempeño de la economía”. El plan, como lo fue antes, es resistir y vencer los nuevos obstáculos “sin renunciar a los programas de desarrollo que están en marcha”.
El terror más vívido, claro, es el del Período Especial. Por eso Raúl Castro advirtió que
no se trata de regresar a la fase aguda del Período Especial de la década de los años 90… Hoy es otro el panorama en cuanto a la diversificación de la economía, pero tenemos que prepararnos siempre para la peor variante.
El cuerpo tiembla y la memoria hace lo suyo. “Tenemos que prepararnos siempre para la peor variante”, escuchamos a inicios de abril. “Debemos estar preparados para las peores circunstancias”, habíamos escuchado en los 1990. Es imposible evitar la reminiscencia.
Las mujeres podrían, otra vez, salir más perjudicadas de la nueva situación agravada. Decirlo no es un dato más, no es información para atender después, y no sería un efecto inesperado de la nueva coyuntura. Ya lo sabemos, ya lo saben: nosotras entramos, permanecemos y salimos en peores condiciones de las crisis.
Este texto fue publicado en OnCuba en la columna Sin Filtro: https://oncubanews.com/opinion/columnas/sin-filtro/los-periodos-especiales-de-las-mujeres-en-cuba/