“Todo sigue igual. Aquí todo sigue igual. Así de pronto, parece una escenografía (…) sin embargo, todo parece hoy tan distinto”, se decía Sergio en Memorias del Subdesarrollo. Con ello hacía frente a un asunto trascendental (de entonces y de hoy): la continuidad y el cambio. Qué cambiar, para qué y hasta dónde; qué conservar. En la historia cubana de las últimas casi seis décadas, el cambio se leyó no pocas veces como derrota, como perjuicio al proyecto de la Revolución. Hasta que resonara en los discursos políticos la idea ―convertida en consigna― de “cambiar todo lo que debe ser cambiado”, el cambio de cualquier signo parecía engendrado por la traición y, en esa medida, se consideró un despropósito allí donde lo verdaderamente importante era mantener lo conquistado. El cambio, como sustantivo y como verbo, fue por mucho tiempo sinónimo de voluntad de desestabilización y razón de sospecha en torno al compromiso con un proyecto construido a muchas manos. “Sin embargo, todo parece hoy tan distinto”.
En las primeras décadas del siglo que corre, el cambio ocupa un lugar principal frente a otros tiempos de la política. Más que el pasado y el futuro, el cambio del presente se enuncia como necesidad y ―a veces― como virtud. A la fecha, el cambio opera en diferentes dimensiones, actores, lugares: en la política, la economía, la cultura, la sociedad, las relaciones internacionales, etc. Mientras unos descreen de los cambios que no renieguen del pasado y leen el proceso como un empeño “gatopardista” ―cambiar todo para que todo siga igual―; otros apuestan por la trasformación, inclusiva, de realidades y horizontes para el bien del país y sus ciudadanos. Uno de los espacios de más claro dinamismo en ese sentido, es el cine. Cambian quienes hacen cine, dónde se hace, cómo se hace; pero la novedad es relativa.
Como es conocido, el Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográfica (ICAIC) fue la primera institución cultural creada por la Revolución, en el propio año 1959. De la mano de Alfredo Guevara y con el concurso de muchas personas, esa Institución apostó por una conciliación importante y difícil: la de la experimentación, rigor y formación crítica del público con el compromiso con el arte. En ese contexto, el empeño se entendió como un proyecto a gran escala, que incluyó a Cuba y a América latina. Así surge el Nuevo Cine Latinoamericano, que desplegó el ejercicio de la crítica y la polémica, el respeto al talento, la formación crítica de públicos, y la formación intelectual de los cineastas. “Se hizo por el cine y por la política”, declaró Guevara.
Las preocupaciones de hoy guardan cercanía con esas aspiraciones. Los cineastas, casi seis décadas después de fundado el ICAIC, abogan por construir un cine cubano de cara al mundo; experimentan y elaboran discursos arriesgados, críticos y desnaturalizadores de lo dado; apuestan por nuevos lenguajes, formas organizativas y circuitos creativos. Pero esas continuidades también presentan quiebres, desafíos, cambios. Hoy nuestro cine se alienta desde otros códigos: demanda la elaboración de una Ley de Cine para Cuba; defiende la virtud de la producción independiente; se arriesga a la experimentación de géneros antes ausentes en nuestra cinematografía; se compone de mujeres realizadoras con mucha mayor fuerza; democratiza su distribución; hace frente a las dinámicas trasnacionales, etc. Ese es, hoy, el cine cubano.
Sus dinámicas, conflictos, aspiraciones y realizaciones, son parte relevante del panorama desde donde se piensa el presente y el futuro país, y son un mirador privilegiado de las líneas de continuidad y cambio que se viven en la Isla. Ellas plantean un campo complejo de preocupaciones en torno a los procesos culturales en su amplio espectro: respecto a lo que el cine comunica sobre Cuba, a la creación cinematográfica como espacio de procesamiento cultural, a los vínculos globales de los cuales participa la Cuba contemporánea a través del cine, y al del cine como espacio donde, también, se dirimen conflictos específicamente institucionales, políticos y de economía política.
Atendiendo a esas realidades, Cuba Posible ha invitado a repensar el cine y a la sociedad cubana. Esta vez, de las manos de Gustavo Arcos Fernández-Britto y de Danae Diéguez, entrevistamos a Pavel Giroud, Carlos Lechuga y Claudia Calviño, a propósito de sus más recientes creaciones y, también, del cine cubano en lo ancho y hondo que ello puede referir. Las entrevistas recorren un campo ampliado de análisis, aspiraciones, críticas y proposiciones imposibles de desatender. Ellas contribuyen a mirar la Cuba que habita entre El Nuevo Cine Latinoamericano y el Cine Independiente cubano, y a pensar sus nexos fecundos, deudas, distancias y contribuciones dentro y fuera de las fronteras de la Isla. Cuba Posible agradece especialmente a quienes entrevistan y a los entrevistados, por aportar profundidad, lucidez, transparencia y frescura a un tema fundamental para nuestra sociedad. Respecto al cine, estas entrevistas complejizan y se disciernen en el contenido de la pregunta de Sergio en Memorias del Subdesarrollo: “¿he cambiado yo o ha cambiado la ciudad?”.
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