En el último mes ―junto con la escasez de agua en los municipios de Playa y Marianao, los continuados esfuerzos institucionales y de la sociedad civil por hacer frente al desastre del huracán Mathew en el Oriente del país, la prueba de una vacuna cubana en Estados Unidos contra el cáncer del pulmón y la elección presidencial en el vecino país del norte—, un tema esencial ha ocupado parte del espacio público cubano: la necesidad de debatir en torno a los cursos y dilemas de la prensa realmente existente en el país, sus actores diversos, su capacidad para narrar y pensar las realidades de la nación, sus relaciones con otros espacios de la prensa nacionales e internacionales y la legitimidad de sus formas y estrategias.
Como es habitual, el debate ha transcurrido principalmente a través de Internet y de las redes sociales, pero la prensa estatal ha dado señas del asunto y los cubanos y cubanas de a pie también parecen haberse enterado, aun fragmentariamente. La polémica —que no es reciente, pero se ha activado en las últimas semanas— ha trascendido el campo específico de la prensa y sus actores, para abordar un problema de gran alcance: la cualidad de la vida democrática en Cuba, sus realidades y desafíos.
Entre el conjunto de temas abordados sobresale uno en particular: la necesidad de regular, de modo colectivo, la existencia y despliegue de los esfuerzos periodísticos que se amplían en la Isla y que, de facto, conforman redes de conocimiento y opinión puertas adentro y puertas afuera. La forma de esa demanda es la de una Ley de Prensa.
El asunto no es una novedad. En la América Latina de las últimas décadas —por solo anotar referentes cercanos geográfica, política y culturalmente— la cuestión ha seguido un curso en disputa. Las izquierdas sociales y políticas han acompañado el empeño de elaborar una ley de prensa y lo integraron a sus agendas. La demanda proviene de la realidad del monopolio de la información y la comunicación por parte de grupos privados de poder. La fuerza del propósito reveló el carácter imprescindible de leyes y regulaciones de prensa —y de cine— en nuestras cercanías regionales.
Ahora, es conocido que la codificación legal, por sí misma, no asegura la legitimidad de las regulaciones: la esclavitud era legal, la colonización era legal, el Apartheid era legal. La legalidad, entonces, no necesariamente es cuestión de justicia —la filosofía del derecho reconoce este aspecto como diferencia entre legalidad y legitimidad— y, siempre, es también cuestión de poder.
Respecto a la prensa, Marx lo sabía bien. “La esencia de la prensa libre es la esencia de la libertad, firme de carácter, racional y moral”, aseguraba. En su prolija, poco conocida y sumamente interesante obra periodística, el autor de El Capitalcuestionó la censura tanto como la ilegitimidad de las leyes. Marx encontró uno de los contenidos de esa ilegitimidad en las leyes que, en lugar de evaluar hechos, evalúan intenciones: “el escritor queda sometido así al más espantoso de los terrorismos, al tribunal de la sospecha (…). Las leyes que toman como criterio fundamental no los actos en cuanto tales, sino la intención de quien los realiza, son, sencillamente, la sanción positiva de la arbitrariedad”.
En su argumento, la arbitrariedad es el mayor obstáculo a la libertad. El único modo de garantizar la libertad para todos es regularla de modo no arbitrario; esto es, a través de normas político-institucionales elaboradas por el conjunto ampliado de la comunidad política. La cuestión, entonces, no es solo la existencia de una ley, sino también la vigilancia de sus ausencias, omisiones, imprecisiones y ambigüedades, por lo que encarnan de arbitrariedad y privilegio en su uso por parte de grupos de poder particulares y, por tanto, contrarios al interés de la sociedad. Por ello, si es construida democráticamente, la ley es imprescindible para la existencia de la democracia y para su ampliación.
Hoy, frente a la pluralidad de proyectos periodísticos y frente a la polémica que desata la participación en ellos, es más imprescindible que nunca regular, reconocer y propiciar canales de comunicación y diálogo dentro del campo. La Ley de Prensa no es una medida represiva contra la libertad de prensa; por el contrario, su ausencia asegura la impunidad de la arbitrariedad y expulsa de lo jurídico el campo de la comunicación pública y del acceso a la información como derechos ciudadanos.
Cuba Posible se interesa por la realidad cubana, su historia, su presente y sus opciones de futuro. Integra voces diversas comprometidas con los cubanos y las cubanas, y apuesta por un debate informado, de fondo, sobre los problemas de la nación. En esta ocasión, hemos invitado a periodistas y académicos a pensar la prensa en Cuba en lo que esperamos sea un empeño de largo aliento en torno a uno de los temas centrales del país.
Cuba Posible concuerda con la necesidad de una Ley de Prensa y con el deber cívico de pensar el tema, construir colectivamente alternativas y analizar los campos de la prensa tanto como los del resto de la vida cubana.
La tradición de pensamiento político cubano comprometido con la nación también refuerza la opción de discutir una Ley de Prensa y lo que ella implica para la vida democrática. La historia cubana está poblada de empeños en ese orden: de José Martí a Raúl Roa García, pasando por Ignacio Agramonte, la libertad y regulación de la prensa se ha considerado consustancial a la vida democrática y ha expresado la cualidad revolucionaria de los empeños populares. Así lo expresó Roa:
“Sin libertad de expresión es sobremanera difícil que los pueblos hispanoamericanos puedan encontrar soluciones propias y adecuadas a sus necesidades elementales, supeditaciones foráneas y apetencias de libertad y de justicia. La libertad de expresión es un imperativo biológico para las naciones subdesarrolladas o dependientes, compelidas a defender su ser y propulsar su devenir mediante el análisis crítico y la denuncia pública del origen y procedencia de sus males, vicios y deficiencias”.
Quienes participan de los trabajos que Cuba Posible comienza a publicar el día de hoy, polemizan sobre este tema, coinciden y disienten sobre argumentos y estrategias y, sobre todo, participan con seriedad y honestidad en los debates propositivos sobre la Cuba de esta hora. Durante toda la semana publicaremos reflexiones y textos sobre estos temas en lo que esperamos sea una discusión continuada sobre ellos y sus alrededores. Recomendamos especial atención a esta serie, que podría contar como una contribución interesante para el espacio público cubano.
Leer el dossier completo aquí: https://cubaposible.com/debate-necesario-sobre-prensa-cuba/