En Prensa

#MeToo toca puerto cubano

En Brasil, casi el 70 por ciento de las graduadas universitarias ha sufrido algún tipo de violencia en espacios académicos. En México, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares de 2011, 592 mil mujeres sufrieron acoso u hostigamiento sexual en la última escuela donde estudiaron. Hay datos similares para Norteamérica.

Ya en 1982, un estudio realizado en Berkeley demostró que el 30 por ciento de las 400 mujeres entrevistadas, había padecido algún tipo de atención sexual no deseada por parte de, al menos, un profesor durante sus cuatro años de estudios universitarios.


Que el #MeToo comience a instalarse también en los gremios académicos, entonces, no es extraño. Parte de ese empeño son las recientes denuncias de acoso sexual contra el profesor cubano-americano Jorge Domínguez, académico en Harvard, quien ha sido suspendido administrativamente por esa causa.


Desde hace al menos cuatro décadas se viene alertando sobre la violencia de género en ámbitos escolares en general, universitarios y académicos.
Los análisis coinciden en los altísimos índices de casos. Las mujeres son los blancos habituales. Los números son contundentes. Los perpetradores usuales son alumnos o docentes.


Pero las cifras siempre esconden tanto como lo que revelan. Las situaciones de violencia de género están sub-registradas. Entre las razones se encuentran el temor al descrédito o a la no credibilidad, la subestimación de los hechos que sólo son denunciados cuando hay violencia física o violaciones, estereotipos sexistas que naturalizan la violencia, normas y prácticas institucionales que ejercen diferentes formas de control social sobre las mujeres. Incluso, muchas instituciones universitarias dificultan que las mujeres denuncien a sus agresores, quienes habitualmente ocupan puestos de poder.


Sobre Cuba no tenemos datos claros, pero el problema existe. Y en las últimas semanas no podemos mirar a otro lado. El asunto ha tocado nuestro puerto precisamente a raíz de las denuncias a Domínguez.
Prominente académico, con una prolija obra sobre Cuba y una carrera directiva en instituciones estadounidenses e internacionales. Entre esas últimas, la conocida Latin American Studies Association (LASA), cuya Sección Cuba tiene alrededor de 1200 miembros.


Los sucesos de Harvard respecto a Domínguez no se han publicitado en los medios oficiales de Cuba, pero una parte considerable del sector académico del país ha tenido conocimiento, a pesar del precario acceso a Internet.
Un comunicado de la actual directiva de LASA y otra declaración de la directiva de la Sección Cuba, circularon por correos nacionales e internacionales a los cuales se tiene mayor acceso.


Ambas declaraciones fueron enfáticas en el nivel de tolerancia cero de la organización frente a casos de violencia de género y en el repudio a cualquier situación de acoso sexual como la denunciada contra su expresidente. LASA compulsó a la Universidad de Harvard a continuar la investigación y tomar las medidas correspondientes.


Diario de Cuba ha dado seguimiento al tema con cierta condescendencia hacia Domínguez. Ese medio inicialmente apeló –erróneamente, si tenemos en cuenta que hay casos documentados– a la presunción de inocencia del acusado y calificó de “deleznable” la “eticidad” de los pronunciamientos de LASA. Los textos de Diario de Cuba no han despertado debate apreciable en la academia cubana.


La revista El Estornudo –desde hace pocas semanas con acceso bloqueado en Cuba– publicó un texto de opinión sobre el tema. La invitación principal fue a leer, puertas adentro, lo sucedido con Domínguez. Pensar las posibilidades de comunicación de cubanos y cubanas en las redes sociales, evaluar la capacidad institucional para asumir denuncias de ese calado, cuestionar la “cultura sexual” que habilita situaciones de acoso.


En los últimos días, Roberto Veiga, director del Laboratorio de Ideas “Cuba Posible”, escribió una declaración en redes sociales y un texto sobre los mismos sucesos. El texto fue escrito como reacción al debate suscitado por la declaración. En ambas publicaciones, Veiga califica como oportunismo reacciones personales de académicos (intuyo en su mayoría hombres, por el tono y las entrelíneas del texto) contra Domínguez. Además, declara su rechazo a cualquier tipo de acoso; advierte que, en la coyuntura, cualquier forma de expresión de la sexualidad puede ser calificada como acoso sexual; llama a conservar la debida “compostura” de quienes se pronuncien sobre lo sucedido; reitera su admiración por Domínguez y por su obra; declara que cada persona o sociedad tiene su propio criterio o posición sobre el acoso; plantea que una explicación posible a los ataques de cubanos contra el profesor de Harvard es un cierto plattismo, un coqueteo con estereotipos estadounidenses; y resume su biografía personal para desmarcarse de cualquier acusación hacia su persona.


Sobre los sucesos de Harvard y las acusaciones a Domínguez hay hechos: casos de acoso sexual comprobados; uno de ellos asentado institucionalmente en la Universidad de Harvard hace décadas (con escasas consecuencias para el profesor y elevadas consecuencias para la denunciante, que tuvo que salir de la Universidad); una carrera académica sin contratiempos después de esa denuncia; un proceso de investigación institucional que busca comprobar las otras acusaciones.


Esos hechos informan sobre el machismo raigal de los espacios académicos y los privilegios de quienes habilitan o bloquean los caminos de acceso a puestos directivos o de poder. Muestran, además, que hay un orden institucional machista que no entiende cómo funciona la violencia de género, qué es, o cuáles son los ciclos infinitos de victimización.
Esos hechos advierten, también, la potencia del movimiento que ha impulsado a muchas mujeres a hacer denuncias en masa y les ha mostrado, sin vergüenza, sus conexiones. Lo sucedido en Harvard no habla de la corrupción del #MeToo, habla de su virtud. Ciertamente, todo movimiento social es corruptible; puede torcerse en el camino, dejarse habitar por fundamentalismos o cooptar por conservadurismos. El #MeToo también, y muchos han advertido al respecto. Pero lo sucedido con Domínguez no parece ser un ejemplo de ello.


Además de los hechos, hay interpretaciones. Hay oportunismos. Hay corrupciones. Hay sorna y saña. También ignorancia, conservadurismo rancio. Empuje por reconvertir un tema que llega a nuestras costas con posibilidades de inspirar denuncias y cambios, en un debate sobre lealtades y deslealtades, sobre el peligro de estigmatizar la sexualidad natural de las personas, o sobre la necesidad de guardar composturas y no ejercer fuerza contra quienes están en situación de debilidad, en este caso, el profesor de Harvard.


Esta circunstancia en la que nos ha llegado el #MeToo –ojalá que definitivamente– a Cuba, ofrece varias oportunidades para evaluar lo que nos pasa, nuestro contexto, sus (im)posibilidades y algunas claves para asumir un debate sobre estos temas.


Es importante, para empezar, no relativizar lo que es el acoso sexual ni las violencias de género. El asunto no es, como dice Veiga, que cada persona o sociedad tenga su propio criterio o posición sobre el acoso, sino que efectivamente podamos deliberar sobre ello. Los criterios de lo que es o no es acoso son claros y aplicables para Cuba.


Hay acoso sexual si estamos en presencia de prácticas con connotaciones sexuales explícitas o implícitas unidireccionales (quien habla o hace no considera el malestar de quien escucha, mira o siente) y si provocan malestar y no son consentidas. Si a ello se suma que quien lo esgrime tiene una posición de poder o tiene algún tipo de protección institucional, material o simbólica, la situación es más brutal y tiene mayores consecuencias. Esto es universal.


Si podemos y queremos debatir sobre cuáles son los códigos específicos en los que ello opera en Cuba, hagámoslo. Pero no digamos que son difusas las situaciones de acoso sexual, porque no lo son.


A la vez, es inviable desconsiderar que el acoso sexual no es idéntico a otros acosos, aunque guarde relación con ellos.


No es que sea más, ni menos, simplemente no es lo mismo. No basta decir que estamos contra todo tipo de acoso para que eso signifique que sabemos, reconocemos y nos oponemos al acoso sexual y a las violencias de género.
Si no reconocemos su especificidad, basada en la subordinación naturalizada de las mujeres –algunas más que otras, pero todas–, lo reproducimos. El juego es el de la matrix. Si no luchas contra el machismo, así sea desde tus propias concepciones, redes y prácticas, lo estás habilitando.


Entonces, ni el acoso sexual es cualquier forma de expresión de la sexualidad, ni el movimiento que ha proporcionado las denuncias lo califica así, ni compartir luchas globales y causas universales puede leerse, en sentido alguno, como plattismo de cubanos y cubanas. No fue plattismo la solidaridad con el movimiento por los derechos civiles, ni contra el desarme nuclear, ni el apoyo a la actual lucha por el control de las armas en los Estados Unidos.


Si lo más lúcido del #MeToo, del #TimesUp, del #NiUnaMenos, toca nuestra puerta, ignorarlo sería traicionar a la Casa Cuba, donde la misoginia y el acoso sexual son un problema que empieza a importar.