La pandemia del coronavirus comenzó a revelarse como un drama global a principios de 2020. Desde entonces, las organizaciones internacionales han instado a los gobiernos a proteger tanto los derechos de sus ciudadanos como la vida humana. En términos económicos, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas pronostica que el PIB disminuirá al menos un 1,8% en esa región. El desempleo aumentará en 10 puntos porcentuales y aproximadamente 33 millones de personas se unirán a las bancadas de la pobreza, que ya eran numerosas.
En términos (geo)políticos, los resultados son inciertos. Algunos afirman que se acentuarán la desposesión y el autoritarismo. Para otros, el capitalismo, como lo conocemos, no se recuperará y habrá más apertura hacia formas más democráticas y justas. En medio de una y otra opción pueden configurarse distintas variantes, dependientes de la forma en que se conformen —en tensión y como bloques— las agencias colectivas.
La crisis actual plantea un cambio de época pero eso no significa lo mismo para todas las personas y grupos. La crisis no nos iguala sino que agudiza las desigualdades preexistentes; entre ellas, las desigualdades de género.
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