Javier Lafuente
Un ancla mantiene a América Latina sujeta a su pasado más reciente. Una mirada retroactiva que pone de manifiesto hasta qué punto a la región le cuesta pasar página; que no entiende de izquierdas o derechas. El guion resulta, si no repetitivo, muy familiar. Ahí está un empresario, banquero, Guillermo Lasso, que ha logrado la victoria en Ecuador en su tercer intento con unas propuestas que no difieren mucho de las que presentó en el primer asalto. O un nostálgico de Fidel Castro, Pedro Castillo, que se disputará la presidencia de Perú con la hija del autócrata que está encarcelado por violación de derechos humanos. Cuando la marea rosa, el pink tide de los anglosajones, aquel socialismo del siglo XXI, emergió con fuerza en la primera década de los dos mil, parecía que las fuerzas progresistas habían enterrado para siempre el neoliberalismo de los años noventa; cuando este, con una narrativa más moderna, volvió a hacerse con el poder años después, hubo la sensación de que los sueños progresistas se esfumaban. Y vuelta a empezar, como si se tratase de una versión latinoamericana de Calvino y Si una noche de invierno un viajero. Mucho se habló de un péndulo que se desplazaba de izquierda a derecha cuando lo que hay en disputa es un campo de 650 millones de personas en el que los líderes y los libretos se repiten. Una inercia que se topa con la necesidad de encarar problemáticas globales, como el papel de las nuevas tecnologías o políticas verdes con las que afrontar el cambio climático, y con una pandemia que ha agravado los motivos que desencadenaron las protestas sociales hace dos años.
Esa mirada al pasado se refleja en uno y otro lado del espectro político. A principios de siglo, la región viró hacia la izquierda. En el mejor momento de ese ciclo, con la venia de los altos precios de las materias primas y una apuesta decidida por los gobiernos de turno, se redujo la pobreza. En 10 años (2002-2012), 60 millones de latinoamericanos habían dejado su condición de pobres, del 44% al 28%. Años después, es aún evidente la presencia, cuando no sombra, de los líderes izquierdistas que emergieron entonces, aunque de formas muy disímiles: en Argentina, Cristina Fernández optó por un segundo plano y ser vicepresidenta de Alberto Fernández; a Evo Morales le impidieron ser candidato en Bolivia después de su destierro obligado por los militares, pero pocos dudan de que, tras la victoria de su exministro de Economía Luis Arce, vaya a renunciar a optar por algún cargo en el futuro y que no trate de volver a ser presidente; la figura de Rafael Correa, exiliado, ha supuesto un coste muy alto para la candidatura de Andrés Arauz en Ecuador; Lula renace después de su paso por la cárcel y de que la justicia le haya terminado por dar la razón en el proceso que le impidió presentarse a la última elección. La mitificada figura de Chávez es una carga que trasciende a Venezuela, como la de la Cuba castrista, que este fin de semana celebra otro congreso del Partido Comunista para certificar la salida, a los 89 años, de Raúl Castro. Ocurre también en la Nicaragua de Daniel Ortega y Rosario Murillo, devenida en autocracia, lejos del sueño revolucionario de los ochenta que encarnaron esos mismos protagonistas.
Para Luciana Cadahia, doctora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, no obstante, cualquier fuerza, sea de derecha o de izquierda, “necesita mirar al pasado, necesita saber de qué legado histórico viene”. Por su parte, Vanni Pettinà, profesor e investigador de Historia Contemporánea e Internacional de América Latina en el Colegio de México, apunta: “La personalización de la política alrededor de un liderazgo carismático sigue siendo un lugar donde hace falta una profunda renovación de las ideas de la izquierda latinoamericana”. A ello le añade un matiz Pablo Stefanoni, periodista e historiador argentino: “Donde volvió, el progresismo se enfrenta a dificultades y debilidades que no le permiten recuperar los discursos refundacionales de los primeros años dos mil”, manifiesta el autor de ¿La rebeldía se volvió de derecha? (Siglo XXI). En algunos casos, como el de México, a esa deidad presidencial se le suma una visión del mundo extemporánea, de un pasado ese sí más lejano, que apuesta por las refineríasy una concepción de la política exterior que responde a una visión del mundo más próxima a los años setenta del pasado siglo que a la transformación que hoy en día se requiere.
Del lado conservador, la omnipresente figura de Álvaro Uribe ha permeado la política colombiana de las últimas dos décadas hasta el punto de colocar en el poder a los dos presidentes que lo sustituyeron. Si el uribismo no se ha diluido en Colombia, se puede dar por hecho que el fujimorismo está más que latente en Perú. Sin embargo, en el lado azul del tablero político predomina más el libreto que las caras. La derecha latinoamericana, la de los noventa y la que, con otra narrativa, ha gobernado décadas después, mantiene una misma concepción del Estado. Esta pasa por garantizar un equilibrio institucional que termine siempre por favorecer a las élites económicas.
“En la derecha no hay nostalgia, sino una felicidad muy del presente, de una era que, en el fondo, le ha beneficiado enormemente y que, entonces, no ha implicado una revisión a fondo de los límites del modelo de sociedad y economía que ha propugnado en estas décadas”, opina Pettinà, quien no obstante cree que se trata de una nostalgia de un presente que no funciona, “que quiebra sociedades y las desestabiliza”, caso de Brasil o de Chile. “En la derecha el proceso de reelaboración del luto no ha empezado todavía porque, como decía Faulkner, ‘the past is never dead, it’s not even past’ (el pasado nunca muere, no es ni siquiera pasado). Para empezar a renovarse hay que hacer el luto y salir de él”. En este sentido, Ailynn Torres, investigadora de la Fundación Rosa Luxemburgo, cree que “las nuevas derechas no son nostálgicas en pleno, aunque parte de sus contenidos y narrativas lo sean. El conjunto pone en juego estrategias y referentes que no son necesariamente nostálgicos ni siguen un guion noventero. Usan estrategias de marketing agresivo y manejo de redes sociales novedosas, se alían con sectores religiosos en expansión que también son bastante recientes. Defienden y construyen enemigos, como la ideología de género, que no existía en los noventa”. No obstante, la también investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) de Ecuador mantiene que no solo hay rupturas: “Hay continuidades muy importantes sobre todo en términos de propuestas de economía política, relaciones internacionales, moralización de la esfera pública o el papel de los aparatos globales como el FMI”.
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