Hay distintas formas de entender el bienestar. Una, es la posibilidad o capacidad —individual y colectiva— de manejar la incertidumbre y los cambios. Hay distintas formas de pensar un gobierno. Una, es como relación de obligada confianza, como la que se tiene con el médico; no hay modo de que sobreviva si hay cero confianza. Las medidas económicas anunciadas ayer para Cuba son un zarpazo contra las dos cosas, contra la ya precaria capacidad de manejar la incertidumbre y contra la confianza que haya ahí donde la haya.
En 2020 el gobierno decidió abrir tiendas (para productos de alimento y aseo, porque ya existían desde antes para electrodomésticos) en Moneda Libremente Convertible (MLC) con productos de alta gama para paliar la crisis, y de ese modo dolarizó parcialmente la economía doméstica. Luego decidieron que esas tiendas en MLC comercializarían productos de primera necesidad y las fueron clonando de barrio en barrio, de territorio en territorio, como obligatoria opción para el diario vivir. Hicieron que las personas se abrieran tarjetas bancarias en esa moneda y crearon artificialmente un mercado informal de cambio de divisas que desde el inicio se sabía que solo crecería y sería una serpiente de miles de cabezas.
Hace menos de tres meses el Informe Central del 8vo. Congreso del PCC enunció con desfachatez que las tiendas en MLC tenían “el objetivo de incentivar las remesas que los ciudadanos cubanos en el exterior realizan a sus familiares en el territorio nacional”. Esas remesas, impedidas por el gobierno de Estados Unidos y por la pandemia, se estaban realizando hasta ayer por vías inauditas, pagando el 20 por ciento adicional como comisión —informal y formal— para hacerlo, poniendo en juego ahorros o fondos familiares de inversión o emergencia. Dijeron que era imprescindible para sobrevivir la pandemia, a otra crisis, otra más. Los arreglos sociales se rehicieron. Las familias, y especialmente las mujeres, están intentando mal-arreglarse. Colas; trueques de productos, favores y medicinas;administración asfixiante de la crisis; brazadas para llegar a la única orilla de terminar el día. Desde hoy, cuenta regresiva de 10 escasos días para ir en estampida a los bancos porque ya no aceptarán el depósito en los dólares que el mismo sistema pedía a gritos hace nada. Diez días para un cambio de esa magnitud. En pandemia. Cola en los bancos que implica no-cola para un pedazo de pollo o una botella de aceite. Otra vez el cronómetro en cero y la tabula rasa de estrategias.
Que se iba a producir un mercado informal en divisas ya se sabía desde antes. Que existe un bloqueo financiero a Cuba desde el gobierno de Estados Unidos también, y no ha habido novedad importante en ello en los últimos meses (que fue cuando se tomaron en las últimas medidas). Que había pandemia, también. Lo peor de la incertidumbre de quienes deciden es que se realiza espasmódica, abrupta y caóticamente sobre quienes padecen sus decisiones. Los costos sociales no son marginales ni están en algún segundo plano. No podemos seguir hablando de medidas económicas sin hablar de empobrecimiento.
Hoy, las personas sin saber qué hacer. Por qué lo hacen. Hasta cuándo lo harán. Qué consecuencias reales tendrá. Toda la noche con hilos de mensajes entre las familias de un lado y otro imaginando escenarios, tomando decisiones fragmentadas, inventando sobre el invento, especulando cuál es la temporalidad de eso que dijeron que es temporal.
La nueva medida en efecto está haciendo eso que promete la palabra: midiendo. Midiendo el umbral del dolor, de la confianza, del desconcierto de quienes la padecen. No hay vacuna para la Covid-19 que matice o disminuya la agonía de no tener capacidad, y eventualmente tampoco fuerza, para manejar cada nueva incertidumbre y para vivir sin confianza.