En Prensa

Nadie se debe meter

Alba tenía 22 años cuando conoció a Miguel en la Unión Soviética; ahora tiene 49. Ambos son ingenieros. El primer golpe suyo le dejó más marca en la mente que en el brazo por donde él la agarró. Había tomado y «se le había ido la mano». Después llegó la primera disculpa. No volvería a pasar.

Tenían dos hijos varones. Para Miguel siempre había sido difícil lidiar con los problemas y entonces, en el Período Especial, era imposible mantener su cordura intacta. Por eso tomaba ron, o lo que apareciera. La primera disculpa trajo una paz esperanzadora a la casa. No volvería a pasar.

Pero pasó. Otros insultos en alta voz, amigos borrachos en la escalera cuando ella llegaba del trabajo, reclamos por ser tan “exagerada” si mostraba descuerdo. El peor día fue el del machete. A planazo limpio le hizo saber que lo tenía cansado. Alba pidió ayuda. El Jefe de Sector le puso una advertencia a “el Migue”, vecino ejemplar hasta hacía poco. El Migue volvió a empuñar el machete, ahora advertido. Alba, la ingeniera informática, tuvo que dejar de ir a su trabajo cuando eran demasiado oscuros los moretones que ya había aprendido a maquillar como una experta. Otra vez fue a la estación de policía. Lo detuvieron una noche. Fueron las diez horas más felices que ella tuvo en mucho tiempo. Miguel regresó a la mañana siguiente. Y todo empezó otra vez. Así pasaron seis años hasta que Alba se fue de la casa, no sabía a dónde.*

Addis, 46 años, mujer negra, lesbiana. Muy cercana a un padre que amó y la amó. “He sido más discriminada por negra que por lesbiana… he sido discriminada por ambas cosas”. Si hay que cumplir un indicador de no discriminación en el trabajo, llaman a Addis, como la negra que puede ocupar la plaza para cumplir. Otras veces: “Ah, la negra esa qué se cree”. Para Addis: “querer trabajar, aportar a la sociedad, y que se le reconozca a una el trabajo… es muy difícil”.

Evelyn, 19 años. Creció en una disciplina recta impuesta por su padre. En la casa se hacía, se compraba, se hablaba… lo que él autorizaba. A los 12 años, el mismo padre empezó a violarla –también disciplinadamente– cada mañana antes de que se fuera a la escuela. A los 15, lo denunció. Para él, una década de privación de libertad. Evelyn sigue viviendo en la misma casa, con su madre. No tiene a dónde más ir. Dentro de poco, su violador tendrá libertad condicional. Entre 2010 y 2015 se denunciaron en Moa, Holguín, 71 casos de violaciones sexuales. De ellos, el 25,4 por ciento eran violaciones a menores, como la de Evelyn.

Kiriam, 38 años. Nació varón y creció hembra. De la “humanidad” supo primero los golpes y el desprecio. Las tres cuartas partes de su familia no la conoce; la escondieron por “desviada”. En su expediente estudiantil de 9no grado decía que tenía tendencia a la homosexualidad. No siguió estudiando

Adela, 48 años. Mujer viviendo con VIH. Su esposo era portador de la enfermedad y lo sabía. No lo dijo. Varias mujeres contagiadas por el mismo hombre.

Odalis, 43 años. Ex-alcohólica. Su padre le llevaba ron y cerveza a la “escuela al campo”. También la golpeaba con las muletas cuando ella, cuidadora desde la adolescencia, no hacía las cosas que “debía”. Violada dos veces mientras estaba ebria. Nunca lo denunció.

Yanelis, 31 años. De Granma, vive en un contenedor en La Habana. Como no tenía dirección de la capital, tuvo que regresar a su provincia para recibir atención obstétrica. Yanelys perdió la custodia de las hijas, bajo amenaza constante del padre de las niñas, que le pegó y abusó durante años.

La que vive al lado de tu casa y escuchas llorar a veces. La de la otra cuadra, a la que han llegado a pegarle en la calle, pero nadie “se mete” porque, “al final”, ella lo defiende… ya saben lo que dice el refrán: “Entre marido y mujer, nadie se debe meter”. La que escuchaste que era tan buena trabajadora como su compañero, que tenía los mismos títulos y el mismo desempeño, pero no la ascendieron porque es mejor alguien con “mano dura” o que no se ausente cuando el hijo se enferme. La que salió en el periódico porque trabajaba en el restaurante privado hasta que tenía la barriga a punto de explotar, pero no tuvo licencia de maternidad. Tú misma. Yo.

No sabemos cuántas. No tenemos estadísticas públicas sobre la violencia de género. No queda claro, muchas veces, que violencia de género no es cualquier violencia, sino aquella que se esgrime sobre alguien por el hecho principal de ser mujer, u hombre, o transgénero, u homosexual. Para tener una idea informada, hay que reconstruir un cadáver infinito.**

Así podemos saber, apenas, que en 1998 se denunciaron 963 violaciones, 5791 casos de lesiones a mujeres, 577 injurias lascivas, 22 abusos sexuales. El Informe de Cuba sobre enfrentamiento a la trata de personas y delitos conexos, publicado en 2016, ofrece algunos indicios más actualizados al respecto, aunque no se ocupa específicamente de las violencias de género. Ese documento revela que en 2015 hubo 2174 menores víctimas de presuntos hechos de abuso sexual; de ellos, 333 violaciones. Sabemos menos sobre la violencia de género en ámbitos laborales, y otros. Sabemos, también, que ni el Código Penal ni el Código de Familia tipifican como delito la violencia de género en forma específica.

El asunto no es solo de estadísticas y leyes. Muchas formas de violencias no se denuncian por miedo, por desconocimiento, por pudor o vergüenza, por falta de tejido social e institucional que sostenga a las mujeres luego de la denuncia, por conocimiento de la ausencia de un protocolo para enfrentar la violencia de género en sus múltiples registros, o por sospecha de que quien receptará la denuncia también porta estereotipos y convicciones –más o menos conscientes– sobre la legitimidad de la violencia. Así lo evidenció un estudio realizado por Barrios (2013) entre cincuenta funcionarios de la Policía Nacional Revolucionaria de la provincia de Mayabeque. De ellos, el 68 cree que el maltrato de género casi nunca ocasiona la muerte, para el 30 la violencia está asociada al nivel escolar, edad, clase social, empleo o solvencia económica de la mujer, el 34  cree que la violencia es una cuestión privada de la pareja, el 28 considera que la violencia solo es denunciable ante situaciones extremas de maltrato físico, y –a contracorriente de los feminismos de todo el mundo– el 50 considera que la violencia es justificable en dependencia del comportamiento de la mujer.

Que una mujer vista “provocativamente” o ande sola, continúa siendo, en el sentido común ciudadano, una causa de la violencia de género. A ello se suma la preeminencia de una concepción de la mujer como más delicada, débil, y requerida tanto de protección y halagos como de control.

En 2012, el comité de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, de las Naciones Unidas, pidió al gobierno cubano capacitar de forma obligatoria en el tratamiento de la violencia machista a jueces, fiscales, oficiales de policía, proveedores de servicios de salud, periodistas y personal docente. En las últimas décadas, la necesidad de una ley específica que norme el enfrentamiento a la violencia de género ha sido un asunto dicho en alta voz.

Ha habido avances importantes, aunque aún no contamos con esa norma. En Cuba, desde 1990 la violencia de género ha sido tratada como un asunto público. En ese año, la Federación de Mujeres Cubanas creó la primera Casa de Atención a la Mujer y la Familia, en la provincia de Santa Clara. En lo sucesivo, el tema ganaría espacio en las plazas académicas, en la sociedad civil y en los ámbitos internacionales donde participan autoridades cubanas. La violencia intrafamiliar es la más trabajada. La violencia en espacios laborales, y otras, menos.

En 1999, en el marco de una reforma del Código Penal, se definió como agravante en delitos contra la vida y la integridad corporal, y contra el normal desarrollo de las relaciones sexuales, la familia y la infancia,el ser cónyuge o tener determinado grado de parentesco entre la víctima y el agresor.

Algunas instituciones han sido vitales en ese empeño. El Centro Nacional de Educación Sexual, el Grupo de Reflexión y Solidaridad “Oscar Arnulfo Romero”, la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana, el Grupo de reflexión de mujeres por la no violencia, la Campaña ÚNETE, y otras, han trabajado por ampliar el alcance de iniciativas de concientización social e incidir institucionalmente sobre el asunto, que afecta a 1/3 de las mujeres de todo el mundo.

Por su parte, la Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba (2012) incluyó, entre los objetivos de trabajo de la organización, “elevar el rechazo a la violencia de género e intrafamiliar y la que se manifiesta en las comunidades”. Fue la primera vez que un documento político de ese nivel reconoce el problema y enuncia la necesidad de enfrentarlo.

En esa estela, recibimos una buena nueva hace pocos días: crearán en Cienfuegos el primer gabinete jurídico contra la violencia de género. La noticia prácticamente coincidió con una conmoción en la misma provincia y en toda Cuba. Leidy Maura Pacheco, de 18 años, fue secuestrada, violada y asesinada el 26 de septiembre de 2017. Leidy Maura ya es una menos. El gabinete contra la violencia de género no podrá hacer algo por ella, por su familia o por su hijo huérfano.

Notas

*Evelyn, Kiriam, Addis, Adela, Odalis, Yanelis y Dianelys, dieron su testimonio para el documental“Estoy viva. Lo voy a contar”, de la realizadora Lizette Vila. El resto de las historias que aparecen en este texto también son reales, y se han cambiado u omitido los nombres de las protagonistas.

**IPS ha hecho un trabajo extraordinario de sistematización de la información relacionada con la violencia de género.

Este texto fue publicado en OnCuba en la columna Sin Filtro: https://oncubanews.com/opinion/columnas/sin-filtro/nadie-se-debe-meter/